El siglo XIX se abre con una guerra cruel, en la que participan tres ejércitos y gran parte del pueblo español. Pero al tiempo que es una lucha contra el invasor, se produce un enfrentamiento interno entre ilustrados y tradicionales.
La región soriana hubo de soportar ocupaciones militares, con la problemática de víveres y alojamiento que conllevan. El propio castillo de San Esteban sufrió, al parecer, daños cuantiosos en 1808. Posteriormente, en 1812-13, se refugiaría aquí la Junta Provincial de Burgos, mientras sus habitantes colaboraban en el esfuerzo colectivo con hombres y dinero.
Gran parte de este siglo iba a discurrir por estos caminos de guerra y depredación. Levantamientos de uno y otro signo se suceden sin solución de continuidad hasta el último cuarto. La restauración canovista, artificial, desembocaría en la dictadura, y ésta en el cambio de régimen. La esperanza de la República iba a ser truncada por la sublevación militar y una nueva dictadura, represiva e inmovilista. La democracia, asumida con recelo, ampliaba horizontes, con cambios en ocasiones más aparentes que reales.
La población de San Esteban aumentará lentamente durante este periodo, con oscilaciones muy concretas, entre otras razones por las mejoras sanitarias, que hicieron disminuir la mortalidad, especialmente la infantil. Así, en 1855 hay 1.305 habitantes y en 1885, 1.543; en 1920 se alcanzan los 2.014, creciendo hasta los años cincuenta -2.355-. Desde fines de esta década la población decrece, intensificándose la emigración, especialmente en los años 60, debido a la falta de expectativas.
Al analizar los aspectos económicos podremos comprender mejor el por qué de esta emigración. La ganadería seguirá decayendo hasta convertirse en un complemento de la agricultura. Ésta, centrada en el cereal de secano, asiste a una expansión. Pero las múltiples divisiones de tierras ofrecen un panorama de propietarios de pequeñas parcelas dispersas -también los hay de grandes extensiones-, sin posibilidades de conseguir rendimientos elevados ni introducir cambios en técnicas o nuevos cultivos.
Con la desamortización, tanto religiosa como civil, se pierde una oportunidad histórica para cambiar las estructuras agrarias. Son, en general, los sectores más pudientes los que se benefician de ella, pasando, además, a dominio privado terrenos, hasta entonces, de uso colectivo. Se refuerzan, pues, las estructuras agrarias.
La industria y el comercio están muy limitados. En aquélla predominan explotaciones familiares relacionadas con la agricultura y ganadería (molinos, herrería, guarnicionería, carretería...), y éste está compuesto por tiendas en las que se vende de todo. Siguen celebrándose las ferias y el mercado semanal, pero las comunicaciones, generalmente en mal estado, favorecen poco el crecimiento comercial. La línea de ferrocarril, si en un principio pudo facilitar los intercambios, con el tiempo perdió su utilidad por la competencia de la carretera, y recientemente fue suprimida.
En esta situación de agricultura minifundista, con un comercio débil, la industria metalúrgica y agroalimentaria se convirtió en un apoyo del crecimiento demográfico. Durante años cumplió sus objetivos, pero, a la larga, se mostró poco flexible a las fluctuaciones del mercado y su propia sobredimensión, junto a otros factores, la llevaría al colapso. Mientras, la agricultura intentaba renovarse.
La concentración de tierras se imponía y, tras un rechazo inicial, fue aceptada y llevada a cabo (1965-67). Se favorecía así un mayor aprovechamiento económico al posibilitar la mecanización. Otros cultivos, nuevas variedades de cereal, utilización masiva de abonos, roturación de tierras incultas, disminución de barbechos, ampliación de regadíos..., fueron una lógica consecuencia. Como lo fue el descenso de mano de obra ocupada, que hubo de buscar trabajo en otros sectores y lugares. Esta evolución económica, incluso antes de llevarse a cabo la concentración, impone la emigración, al faltar puestos de trabajo para las nuevas generaciones, con el consiguiente envejecimiento de la población.
La agricultura cambió su faz, creciendo de forma considerable, pero hasta que los propios agricultores no controlen el proceso de elaboración, distribución y venta, gran parte de sus beneficios irán a otras manos, permaneciendo como suministradores de materias primas.
El mismo problema existe en la ganadería, aunque este sector tenga menos peso en la vida económica de San Esteban.
En cuanto a la industria, nuevas fábricas se han instalado, buscando mano de obra barata y poco especializada. Y habrá que seguir ofreciendo facilidades a nivel municipal para atraer más inversiones privadas.
El sector servicios ha sufrido cambios profundos, creciendo de forma notable y adaptándose a la demanda. La especialización ha jugado un papel destacado. Las ferias acabaron de muerte natural, siendo sustituidas en la actualidad por una Muestra de Maquinaria.
Tras la reorganización provincial y administrativa de 1833-34 San Esteban depende del partido judicial de El Burgo de Osma. En cuanto al Ayuntamiento, dado el sistema de elección imperante en la mayor parte del siglo XIX, censitario, es lógico suponer su control por las familias más acomodadas, manteniéndose así en la mayor parte del presente siglo. Con el retorno de la democracia se ha posibilitado una mayor participación y transparencia. Por otra parte, la fusión de municipios pequeños con San Esteban, llevada a cabo en dos etapas, 1966 y 1972, era necesaria desde el punto de vista organizativo y de gestión.
El esfuerzo educativo ha sido notable. Si a mediados del XIX existía una escuela con 56 niños, sostenida con fondos públicos más una fanega de trigo que paga cada alumno, y otra con 40 niñas, mantenida íntegramente por los padres, en 1927 se inauguran las “Escuelas Nuevas”, y más recientemente se construyó el Instituto municipal y otro colegio, más acorde con las necesidades actuales. La educación ha sido una constante en las preocupaciones de los sanestebeños que intentan ofrecer a sus descendientes posibilidades que ellos no tuvieron.
En el aspecto religioso, el convento franciscano fue suprimido en 1835 -tres años antes contaba con 7 religiosos-, siendo sus bienes subastados en el proceso de desamortización. La iglesia fue cedida por sus propietarios para uso religioso y en 1900 abierta de nuevo al culto. El convento, en manos particulares, funcionaría como Parador desde 1859.
En 1896 se suprimen las parroquias de San Miguel y El Rivero, quedando únicamente la de San Esteban. Esta iglesia sería vendida y desmontada en 1922. Parte de sus piedras se hallan en Camprodón, Gerona.
También El Rivero estuvo a punto de perderse totalmente, siendo considerablemente renovada en 1934. Similar dejadez soportó San Miguel hasta que en 1980-81 fue restaurada.
Texto extraído de "Síntesis Histórica de San Esteban de Gormaz" de Félix García Palomar.
Soria Hogar y Pueblo. Extra de Fiestas, 8-IX-88, pp. 9-13.
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